7 libros de historia para comenzar

Continuaré con esta serie de listas sobre algunos libros que me parece que pueden ayudar a comenzar a estudiar las disciplinas a las que he dedicado mi vida académica. En esta ocasión, expondré siete libros de historia para todos aquellos que tienen interés en iniciarse o profundizar en los terrenos de Clío. Sin más, he aquí mis recomendaciones:

1.- Los nueve libros de la historia: el llamado “padre de la historia”, Heródoto, expone la primera gran descripción del Mundo Antiguo en esta obra. Se trata del primer escrito de la historiografía del mundo griego, en el que se relatan las investigaciones (palabra de donde proviene el término “historia”), sobre las Guerras Médicas que enfrentaron a los griegos y a los persas, suceso de extrema importancia para todas las civilizaciones configuradas a partir del Mediterráneo. Sin lugar a dudas, esta es una parada obligada para todo estudioso de la disciplina.

2.- Historia de la Guerra del Peloponeso: Tucídides fue un militar ateniense que participó directamente en los acontecimientos que son narrados en esta obra, por lo que nos encontramos con una fuente primaria. La obra es importante no sólo por esto, sino porque se trata del primer autor que se encuentra preocupado por la metodología a seguir para la labor del historiador. La relevancia historiográfica de este texto se pone de relieve de manera inmediata, por lo que pienso es otra parada obligada para todo aquel que busque indagar en la disciplina y en algunos de los acontecimientos más importantes del Mundo Antiguo.

3.- Apología para la historia o el oficio de historiador: Marc Bloch, personaje fundamental para el inicio y desarrollo de la Escuela de los Annales, nos trae en esta obra magistral toda una serie de reflexiones sobre qué significa la historia como disciplina y cuál es la labor del historiador. Desde apuntes sobre la metodología del quehacer histórico, hasta comentarios sobre el papel de la subjetividad de quien se dedica a la historia, la Apología para la historia o el oficio de historiador es un texto imprescindible en este campo.

4.- Historia del arte: entrando en unos de los terrenos de especialización del quehacer histórico, La historia del arte de Ernst Gombrich sigue siendo, hoy por hoy, el libro de cabecera para iniciarse en el estudio de la Historia del arte. Es la primera historia del arte que pretende hacer un análisis panorámico de la producción artística, comenzando desde la prehistoria hasta las vanguardias del siglo XX. Gombrich está considerado como uno de los exponentes más importantes de la Historia del arte; se trató de una figura que desafió varios de los prejuicios sobre la disciplina en su momento, y este texto sigue siendo hasta nuestros días una obra que no deja indiferente a nadie, sea que pertenezca al mundo académico, o sea que se trate de un apasionado por el arte y su devenir a través de los siglos.

5.- Pueblo en vilo: obra del historiador mexicano Luis González y González. Famosa y reconocida a nivel internacional por considerarse por varios autores como uno de los primeros textos de microhistoria – esto, sin embargo, no ha dejado de ser discutido con un tono de polémica –. Pueblo en vilo es un trabajo en el que se muestra la historia de San José de Gracia, Michoacán, tierra natal del autor. Luis González y González se ha vuelto todo un referente para la historiografía en México, por lo que la obra que ahora mencionamos posee amplio valor para el desarrollo de la disciplina en nuestro país y para muchas otras latitudes.

6.- Formas de hacer historia: el historiador británico Peter Burke coordina este libro en el que podremos encontrar algunos de los exponentes más importantes del quehacer histórico durante el siglo XX, época en que la manera de hacer historia sufrió importantes cambios, tanto en su metodología como en varios de sus presupuestos. En esta obra encontraremos toda una serie de nuevos enfoques de cara a cómo podemos pensar la disciplina y la labor del historiador. Hallaremos nombres de enorme importancia como Joan Scott que expone los “ires y venires” de la historia de las mujeres, o Giovanni Levi que expone los pormenores de la microhistoria. Formas de hacer historia, en consecuencia, es una obra sustancial para comprender las transformaciones de la labor histórica a partir del siglo XX.

7.- El pasado indígena: en esta obra, dos de los historiadores mexicanos más importantes, Alfredo López Austin y Leonardo López Luján hacen todo un recorrido por el pasado mesoamericano. Los periodos preclásico, clásico, epiclásico y posclásico son revisados de manera sistemática, estudiando los aspectos culturales, sociales, políticos y económicos de las ciudades más importantes de Mesoamérica, dejándonos ver la importancia de civilizaciones como la Olmeca, los Mayas, Cholula y Tenochtitlan. Texto imprescindible para todos los interesados en el periodo prehispánico.

Una vez más, termino esta entrada preguntándoles: ¿cuántos de estos textos conocían? ¿han leído alguno de ellos? ¿conocían a algunos de sus autores? Déjenme sus comentarios para poder seguir discutiendo y profundizando en todo lo relativo a la labor histórica.

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5 películas incomprensibles que debes ver

Como buen amante del cine que me considero ser, me he topado más de una vez con ciertas películas que resultaron ser un bocado un poquito más difícil de digerir que otros, y sé que, para ti que eres amante del denominado “séptimo arte” también te pasó alguna vez. Por eso, hoy te quiero compartir…

7 libros de filosofía para comenzar

Así como en una entrada anterior ya les recomendé 7 libros de psicoanálisis para quienes estén interesados en iniciar a estudiar la disciplina, hoy les traigo la misma idea, pero en relación a libros de filosofía. No se tratan de libros fundamentales, ni de los más importantes, sino que es sólo una consideración personal (y bastante imparcial, adviértanse) sobre algunos textos que pienso que pueden resultar interesantes para comenzar a leer filosofía. Igual que la entrada anterior, la lista no viene en ningún orden de importancia ni tiene ninguna jerarquía:

1.- El muro: este fue uno de los primerísimos títulos de filosofía a los que me acerqué. Tenía quince años, y yo formaba parte de un grupo de fans de The Cure. Después de un rato de estar ahí, me hice amigo de una chava mucho más grande que yo (no recuerdo su nombre, pero creo que por ese entonces ella tenía 23 años, aproximadamente). Me acuerdo mucho que nos la pasábamos platicando por Messenger (imagínense de qué época les estoy hablando), sobre todo los sábados en la noche, y fue ella quien me dijo que, si estaba interesado en estudiar filosofía, debería de leer El muro de Jean-Paul Sartre. Por esos días conseguí la obra y recuerdo que me pareció muy divertida y me hizo pensar bastantes cosas. Y ese fue mi primer acercamiento a la filosofía en toda mi vida. Curiosamente, no tengo ni idea de quién era esa persona como para agradecerle. Me parece que es muy interesante lo que esta anécdota refleja: nunca sabemos cómo ni de qué manera podemos llegar a influir en las vidas de otras personas; estoy seguro que aquella chica nunca imaginó que tendría tanto impacto en la vida de ese adolescente imberbe como para que su recomendación determinara, en gran medida, a lo que me dedicaría hasta el día de hoy.

2.- Los diálogos: por esa misma época, mi profesora de lógica en el bachillerato, Delia (de ella sí recuerdo perfectamente su nombre), se quedaba a platicar conmigo de filosofía unos minutos después de cada clase, y habiéndole yo contado que acababa de terminar de leer El muro de Sartre, me dijo que regresara al comienzo para seguir, y que leyera cualquiera de los Diálogos de Platón. Ahí sí no recuerdo con qué diálogo comencé, pero para fines prácticos de esta lista, pensé en qué diálogo podría recomendarles, y me decidí por el Fedón, diálogo de la época de madurez del filósofo ateniense que describe el momento de la muerte de Sócrates y que discurre sobre el tema de la inmortalidad del alma. Imperdible para cualquier interesado en la filosofía.

3.- Más allá del bien y del mal: cuando comencé a estudiar filosofía ya a nivel universitario, había un filósofo del que todos hablaban y uno de los primeros referentes que aparecían cuando se nos preguntaba por qué estudiar filosofía; me estoy refiriendo a Nietzsche. Por ese entonces, estudiar filosofía era casi sinónimo de conocer o estar interesado en la obra del filósofo alemán. Por mi parte, empecé a leer a Nietzsche poco antes de ingresar a la licenciatura. Bajando del Metro Taxqueña había un pequeñísimo puesto de libros donde, cada viernes, después de ahorrar toda la semana, compraba un libro de filosofía o uno de Lovecraft por sólo veinte pesos. Una de esas compras fue Más allá del bien y del mal de Nietzsche, y al igual que los otros dos números anteriores en esta lista, se trató de uno de mis primerísimos acercamientos a la disciplina. Hasta el día de hoy, más de 18 años después, sigo conservando ese libro en esa pésima traducción, en esa pésima editorial, pero con un enorme valor sentimental.

4.- La ética demostrada según el orden geométrico: “en conclusión, no existe la libertad”; de esa manera acabé una exposición que me dejaron para mi materia de bachillerato titulada “Historia de las doctrinas filosóficas”. El texto a analizar para dicha exposición era la Ética de Spinoza, y aunque en ese momento pensé que no había entendido mucho de la obra, mi profesor me felicitó por haber llegado a la conclusión mencionada. Años después volví al texto en licenciatura, y hoy en día deseo regresar de nueva cuenta, por tercera vez, a la Ética, para repensar el tema de las pasiones y de la causa sui.

5.- La idea de la fenomenología: en el primer semestre de la licenciatura, tuve la enorme fortuna y oportunidad de estudiar fenomenología con una de las grandes autoridades en el tema a nivel América Latina: la Dra. María Dolores Illescas. Tener que estudiar fenomenología husserliana en un momento tan temprano de mi formación académica sirvió para que comprendiera la seriedad del estudio de la filosofía: configuró en mí una idea que hasta el día de hoy sostengo: la filosofía debe poseer una rigurosidad estricta en su desarrollo, categorías, conceptos, metodología y conclusiones. A pesar de la dificultad de la fenomenología de Husserl, sus lecciones que nos llegan hasta el día de hoy con el nombre de La idea de la fenomenología significaron una enorme ayuda para mí en la comprensión del tema, y la puerta de bienvenida para mi interés en la fenomenología trascendental.

6.- Ética a Nicómaco: es uno de los tratados de ética más antiguos de la historia de la filosofía occidental, y a pesar de ello, es uno de los que se me muestran como de los más actuales. Hasta hoy en día, en mi vida cotidiana, no dejo de aplicar mucho de lo dicho por Aristóteles en su Ética; ideas como la del “justo medio” o la importancia de la prudencia y su relación con la deliberación, así como el análisis de la amistad o del concepto de “lo conveniente”, hasta hoy en día, siguen siendo para mí herramientas teóricas y prácticas que me acompañan en mis recorridos filosóficos.

7.- Confesiones: hace poco dejé leer este texto de San Agustín a algunos de mis alumnos de psicología. Varios de ellos fruncieron el ceño en señal de desaprobación – supongo que la mayoría pensó que se trataría de algo así como una clase de catecismo –. A la siguiente sesión, llegaron contentos y entusiasmados, con unas enormes ganas de poder discutir la obra del Obispo de Hipona. Las confesiones de San Agustín son una pieza fundamental de la filosofía occidental, escritas de una manera tan personal y a la vez tan profunda que no dejan de conmover y poner a reflexionar a quien sea que se acerque a la obra. Uno de los puntos más altos de la obra es aquel que tiene que ver con la pregunta sobre el tiempo, tanto así de que Husserl dirá en sus Lecciones de fenomenología de la conciencia interna del tiempo que nadie puede ocuparse filosóficamente del problema del tiempo sin haber leído el libro XI de las Confesiones.

Y bueno, como se habrán dado cuenta, muchos de estos títulos tienen que ver con anécdotas o momentos importantes en mi recorrido filosófico, por lo que sería bueno si pusieran en los comentarios si ustedes ya conocen algunas de estas obras, o decirnos cuáles fueron los libros que despertaron en ustedes su interés por la filosofía.

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7 libros de psicoanálisis para comenzar

El psicoanálisis es una de las disciplinas académicas con más contradicciones en el mundo académico y coloquial en nuestra actualidad: por un lado, todos usamos conceptos como “el inconsciente” y hay pocas personas que no hayan por lo menos escuchado el nombre de Sigmund Freud; por otro lado, no son pocos los que consideran que el psicoanálisis se trata de una charlatanería y que reducen todo el corpus teórico de esa disciplina a frases como “es que Freud dice que todo es sexo [sic]” o “es que Freud dice que todos nos queremos acostar con nuestras mamás [sic]”, frases, por supuesto, completamente incorrectas. El psicoanálisis, al igual que el marxismo – o, mejor dicho, los marxismos – son lugares comunes en muchas discusiones, pero la mayoría de las veces las personas que remiten a estos discursos han leído poco o nada sobre la materia. Es por eso que hoy les traigo 7 libros de psicoanálisis con los que pueden comenzar si es que les interesa no caer en esos lugares comunes y poco exactos (la lista no tiene ningún orden de importancia):

1.- El Complejo de Telémaco: obra del psicoanalista italiano Massimo Recalcati, en la que aborda la cuestión de las paternidades en nuestro contexto actual. A mí personalmente, es una obra que me hizo reformular algunos supuestos básicos de la disciplina, ofrenciéndome nuevas perspectivas para el abordaje teórico y clínico de la función del Nombre del Padre. En un estilo agradable pero no por ello superfluo, Recalcati nos lleva de la mano por toda una serie de reflexiones imprescindibles para nuestra época que nos hacen detenernos y abordar temas como la criminalidad infantil. Considero que se requiere saber de algunos conceptos básicos del psicoanálisis freudiano-lacaniano, pero nada que una consulta en algún glosario en línea no pueda resolver.

2.- El cuerpo pornográfico: al día en que escribo esta entrada, El cuerpo pornográfico es el libro publicado más reciente de la psicoanalista argentina Silvia Ons. Se trata de una de las figuras más reconocidas en el ámbito del psicoanálisis en la actualidad, y con este texto nos demuestra el por qué. Ons parte del análisis del ideal del “hombre-máquina”, ese cuerpo al que ya no le está permitido fallar – incluyendo, por supuesto, todo lo relativo a las relaciones sexuales – lo que nos lleva a repensar las maneras en cómo los seres humanos nos encontramos estableciendo relaciones eróticas e interpersonales actualmente. El mundo digital nos aparece como un enorme cúmulo de información, incluyendo todos los contenidos pornográficos, los cuales se encuentran modificando la manera en que nos desenvolvemos socialmente. Al igual que con el texto de Recalcati, considero importante tener conocimiento de algunos conceptos psicoanalíticos básicos.

3.- Estudios sobre la histeria: este texto escrito por Freud en colaboración con Josef Breuer es una de las piezas fundacionales del psicoanálisis (si bien para la época de su escritura ni siquiera existía el concepto de psicoanálisis como tal). En esta obra no sólo podemos ver desplegado el enorme talento que tenía Freud para redactar y desarrollar sus casos clínicos sobre el papel, sino que también nos enfrentamos a momentos imprescindibles para el desarrollo de los posteriores saberes psicoanalíticos. Pasajes de tanta relevancia como aquel en que Anna O. hablar por primera vez de la talking cure se encuentran en esta valiosísima obra publicada a mediados de los 1890’s.

4.- El retorno del péndulo: esta es una parada obligada para todos aquellos que piensan al psicoanálisis desde (o para) los análisis de fenómenos culturales y sociales. Se trata de una recopilación de conversaciones y correspondencia entre el psicoanalista argentino Gustavo Dessal y uno de los pensadores más importantes de todo el siglo XX: Zygmunt Bauman, a quien la mayoría de ustedes reconocerá por sus ideas a propósito de lo que él mismo denomina “La modernidad líquida”. Desde discusiones sobre el terrorismo, hasta revisiones sobre conceptos como “biopolítica” y “estado de excepción”, El retorno del péndulo es una obra en la que vale la pena detenerse para aquellos interesados en el campo de la psicología social, las ciencias políticas y en el de la propia sociología. Considero que los conceptos básicos del psicoanálisis freudiano-lacaniano y aquellos pertenecientes a la obra de Bauman son importantes para la comprensión de este texto.

5.- El goce. Un concepto lacaniano: uno de los psicoanalistas más importantes de nuestra región, Néstor Braunstein, nos entrega una obra magnifica en la que se resumen los aspectos teóricos y clínicos más importantes para el estudio y la comprensión del “goce”, concepto que, como lo indica el nombre del presente libro, se trata quizá de la aportación más importante de Jacques Lacan al mundo del psicoanálisis. Si bien la obra es bastante complicada, aun así representa una guía para todos aquellos que pretenden estudiar el psicoanálisis lacaniano pero que se han visto obstaculizados por la oscuridad del propio Lacan, ya sea en sus seminarios o en sus diversos escritos. Dicho esto, si bien El goce de Braunstein no es un libro para principiantes, considero que puede ayudar muchísimo para aquellos que buscan iniciarse en los callejones del psicoanálisis lacaniano.

6.- Historias de amor: una de las psicoanalistas más importantes de todo el siglo XX, Julia Kristeva, nos entrega toda una serie de reflexiones en torno al amor desde la perspectiva de los estudios psicoanalíticos. La obra resulta apasionante y muy amena, aun cuando los lectores que decidan acercarse a ella no sean expertos en psicoanálisis. Como la mayoría de los títulos de esta lista, se requiere de un conocimiento básico de los conceptos pertenecientes al psicoanálisis freudiano-lacaniano, lo que será recompensando con toda una serie de pasajes profundos sobre la experiencia del amor en el ser humano.

7.- Freud: una interpretación de la cultura: este libro de Paul Ricoeur marcó un “antes y un después” en la historia, no sólo del psicoanálisis, sino de la propia filosofía del siglo XX, comenzando por el hecho de que es aquí donde el filósofo francés propone el término de los “maestros de la sospecha” para referirse a Freud, a Marx y a Nietzsche. Me parece que es un texto que puede servir mucho para comenzar con el estudio del psicoanálisis, ya que Ricoeur analiza desde distintos puntos de vista varios de las aristas sustanciales de la obra Freud, pasajes que van desde La interpretación de los sueños hasta los puntos de contacto entre el psicoanálisis y la hermenéutica filosófica.

Y bueno, pues estas serían las 7 recomendaciones que yo dejaría aquí. Por supuesto que considero que existen muchos otros textos introductorios al psicoanálisis, pero aquí les puse algunos de los primeros que vinieron a mi mente y de los cuales más he disfrutado. Si desean algunas recomendaciones sobre temas en específico de psicoanálisis o una segunda parte de esta entrada, no olviden dejar sus comentarios.

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Tokio 1980

Era el último día de mi residencia en Tokio. Después de dos años de estudiar en Japón, debía de regresar a la Ciudad de México en unas horas más. Ella y yo estábamos en medio de Shibuya, y el atardecer nipón era poco a poco desplazado por la noche. Los colores púrpuras y carmesí en el cielo se combinaban con los azules oscuros que estaban a punto de consumirlo todo. Algunas estrellas y la luna ya podían visualizarse en esos momentos.

Su nombre era Akane Matsumoto, y para ese entonces teníamos siete de meses de haber empezado a salir. Aunque parecía que el tiempo de estar juntos era poco, nuestra relación era seria debido a la intensidad con la que ella y yo la habíamos vivido. En nuestros ojos se podía ver, detrás del brillo despertado por el romance y esa intensidad antes mencionada, la tristeza y la nostalgia al saber que sólo nos quedaban unos cuantos minutos más antes de que nos tuviéramos que despedir. Intentábamos no pensar en eso. En medio de esa ruidosa multitud, parecía como si sólo existiésemos nosotros.

Teníamos el estómago lleno ya que acabábamos de comer, por lo que decidimos ir a un bar. Caminamos sin rumbo por un rato, y ya bien entrada la noche entramos a una especie de cafetería que tenía puesta la música a muy alto volumen, y sin saber bien el por qué, ese fue el detalle que hizo que nos decidiéramos por ese lugar. Adentro se encontraba un señor como de unos sesenta años que no dejaba de fumar y de beber cerveza, y en otra mesa estaban dos mujeres como de veintitantos años que no cesaban de reír, y comentaban algo sobre un examen que debían de presentar la siguiente semana. Akane y yo pedimos un par de cervezas que llegaron casi de inmediato. En cuanto arribaron los tragos, a los dos nos invadió un profundo sentimiento de pena; pude ver cómo se sonrojaron sus ojos, y cuando ella observó que la estaba viendo a punto de estallar en llanto cambió con velocidad su estampa y me sonrió; me sonrió con esa sonrisa que había cambiado mi vida en estos últimos siete meses. De nueva cuenta, pretendimos que ninguno de los dos sabía que estábamos viviendo nuestros últimos momentos juntos. Con su mano derecha, tomó por detrás de su oreja un pedazo de su cabello y empezó a juguetear con él, haciendo y deshaciendo remolinos. Yo amaba todo de ella, desde su piel color nieve, hasta la última punta de ese cabello negro, largo, lacio, y que no importaba cuándo lo oliera, siempre tenía ese gusto a sakura del cual no me podía cansar.

De pronto, comenzó a sonar Stay With Me de Miki Matsubara; por esos días no era raro escuchar esa canción en todas las estaciones de radio y tiendas de discos en Tokio. Casi de inmediato, Akane tomó mi mano emocionada y me arrastró para que bailáramos juntos: Stay with me, mayonaka no doa o tataki, kaeranaide to naita, ano kisetsu ga ima me no mae. A pesar de que estábamos frente a frente, en la oscuridad de ese establecimiento alumbrado sólo por un par de luces neón y una bola “disco” de tipo occidental, lo único que podía notar con claridad eran sus ojos de cielo y sus dientes perfectos, también color nieve. Ella bailaba de manera extraordinaria, como si le hubiese dedicado su vida a la danza, mientras que yo sólo podía intentar torpemente seguirla en sus pasos, cosa que a ella le daba muchísima risa. Llegado cierto momento, volteé y pude notar cómo las dos estudiantes y el anciano nos veían, y las tres figuras sonreían; las colegialas nos contemplaban como anhelando eso que veían en nosotros para ellas, y la sonrisa del anciano estaba atravesada por una melancolía, quizá al recordar un amor como el nuestro en su propia vida: Stay with me, kuchiguse wo ii nagara, futari no toki wo daite, mada wasurezu, daiji ni shite ita. Mi japonés no era tan fluido todavía, y su español, que le había estado enseñando en esos siete meses tampoco era muy claro, pero no hacía falta que dijéramos mucho, podíamos pasar horas sólo viendo los ojos del otro, y esa era toda la comunicación que necesitábamos.

El tiempo pasó como agua, y al mirar nuestros relojes, nos dimos cuenta que era casi medianoche y que había llegado el momento de decir adiós. Acordamos que me acompañaría al hotel que reservé para poder ir en la mañana al aeropuerto, así que nos dirigimos hacia Kabukichō. Llegamos, y el distrito, como siempre, estaba lleno de vida nocturna: la gente no dejaba de pasar en oleadas que se asemejaban a las representadas por Hokusai, y a lo lejos, otra vez, se podía escuchar Stay With Me. De la nada comenzó una lluvia torrencial, y fue como si no nos importara, porque nos quedamos viéndonos mientras el aguacero empapaba hasta el último milímetro de nuestros cuerpos. Su cabello comenzó a aparecerme como una cascada oculta en algún bosque del lejano país, y a pesar de que no era muy bien visto, finalmente, ahí, en medio de la calle rodeada por izakayas y máquinas pachinko nos abrazamos y nos besamos con una pasión y una tristeza bien mezcladas. Nunca pude saber si las gotas que llenaban nuestros rostros se debían a la lluvia o a las lágrimas que ya no pudieron esperar más para salir: soko ni anata wo kanjite ita no.

Nos separamos, y cada quien tomó su rumbo. Lo último que pude sentir fue la yema de uno de sus dedos. Ninguno de los dos volteó, sabíamos que hacerlo sólo acrecentaría el enorme dolor que ambos experimentábamos. Nunca se lo mencioné, pero si ella hubiese dicho un “quédate” o algo parecido, hubiera dejado todo por permanecer a su lado.

Quedamos que regresaría en doce meses para poder pasar el resto de nuestras vidas juntos. Nunca la volví a ver. Han pasado 40 años, y esa herida en mi corazón sigue abierta: kaeranaide to naita

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Mis amados muertos

Caminé por el Panteón Español; eran aproximadamente las 11 de la mañana. El sol matutino pegaba de una manera agradable, y la brisa del viento estaba acompañada de un sentimiento de tranquilidad y nostalgia. Se escuchaban los sonidos de la naturaleza que bordeaban las tumbas y los monumentos funerarios de todo ese espacio; casi parecía que no me encontraba en la Ciudad de México, una de las más tumultuosas y estridentes del mundo. Ahí, en esa caminata, había dejado de ser presa del ruido y el movimiento de la urbe, para centrarme de manera relajada y pacífica en mis propios pensamientos. Caminando entre las lápidas y estelas, llegó a mí un sentimiento de plenitud, y envidié a todas esas almas y cuerpos que descansaban sin tenerse que preocupar de ninguno de los asuntos de la mortalidad. Leía con cuidado cada uno de los nombres y apellidos de todos esos seres, otrora humanos. ¿A dónde se han ido? ¿Dónde se encuentran? ¿Cuántas historias tendrían para contarme todos ellos? Y entonces comprendí algo: quería estar allí, donde sea que estuviesen, y reposar a su lado. ¡Cuánto me gustaría poder escuchar eternamente esos sonidos de la naturaleza y repetir una y otra vez esa caminata! ¡Cuánto me gustaría poder postrarme en esa hierba descuidada y observar ese cielo azul sin nada más que turbara mi alma!

Quisiera que todos mis seres queridos celebraran mi muerte, y no tanto mi vida, entendiendo que mi más grande deseo ahora pasa por querer descansar con los muertos, deleitándome de manera incansable con aquellos verdes árboles. Me gustaría que el día de mi muerte, sin importar cuándo y cómo llegue, familia y amigos emprendieran una gran fiesta llena de vino, música y comida, porque sabrían que se habría cumplido mi más grande anhelo.

Han sido años de enseñar a oleadas de estudiantes sobre arte gótico, y sólo en esos momentos de mi recorrido en el camposanto comprendí que más allá del análisis de los arbotantes, rosetones, arcos y bóvedas, quería descansar para siempre en una de esas edificaciones. Sólo en ellas la contemplación estética se vería consumada.

Ay, mis amados muertos, qué suerte tienen ustedes, qué felices se han de encontrar de vivir eternamente con ese sentimiento de alegría y virtud, viendo al mundo pasar con sus desgracias, mientras ustedes duermen placenteramente en ese lugar donde ya nada les representa amargura o preocupación. Tarde o temprano, todos abordaremos el navío de Caronte, y mientras que para algunos eso es motivo de angustia, para mí, estando ese día con ustedes, eso se me anunció como una promesa.

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Era diciembre del año 2011, y buscando recomendaciones discográficas en la red, llegó a mis manos The inside room de la banda 40 Watt Sun, y desde la primera vez que lo escuché, se clavó profundo en mi alma. La banda británica, perteneciente al subgénero del Doom Metal, había lanzado ese mismo año una pieza…

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Exequias

Hace un par de meses murió mi abuelita, María Leonor Rodríguez, y la siguiente entrada es para hablarles de uno de los primeros recuerdos de toda mi infancia en el que ella fue la actriz principal de esa memoria.

Mi abuelita, originaría de la Ciudad de México, específicamente del Barrio de San Pedro en Iztacalco (lugar en el que yo también nací), después de unos años se fue a vivir a San Francisco Atexcatzinco, en el estado de Tlaxcala. Esto sucedió, más o menos, cuando yo tenía unos cinco años (si la memoria no me falla). Se trataba de un pueblito el cual, en ese entonces, no contaba con calles pavimentadas ni con luz eléctrica, por lo que recuerdo que las primeras noches que pasábamos ahí debíamos de echar mano de velas y veladoras para alumbrarnos. A un costado de la casa de mi abuelita se extendía una enorme milpa que parecía no tener fin alguno. De frente a la misma casita, se encontraba el camposanto del pueblo, por lo que, como ya se imaginarán, todo el escenario nocturno se anunciaba como el lugar perfecto para madrugadas terriblemente oscuras y que, mi abuelita, acompañaba con varias historias de terror y leyendas populares, aquellas que iban desde la aparición de La Llorona y nahuales, hasta el encuentro con ánimas provenientes del purgatorio. Los recuerdos de esas noches profundas siguen apareciendo a en mi mente de manera periódica.  

Para entrar a San Francisco Atexcatzinco se debía cruzar un puente de madera, y, como ya mencioné, ante la ausencia de luz eléctrica los autos debían de pasar con el mayor cuidado posible. En ese puente, narraba mi abuelita, se aparecía El Jinete sin Cabeza, por lo que debíamos de atravesar ese espacio con la mayor rapidez posible. Mi padre tuvo varios desencuentros con mi abuelita, reclamándole que me dejara de contar todas esas lúgubres historias, pero es que era yo quien le pedía que, noche tras noche, no parara de relatarme todos los pormenores de esas apariciones y espectros de la platea saturnina. No era poco común que ella se escapara, ya entradas las altas horas de la noche, para ir la cama en la que yo me quedaba y narrarme todas estas historias.

Desde que tengo memoria, he vivido fascinado por los relatos de demonios y fantasmas, de almas en pena que vagan por nuestro mundo de manera triste y desolada, y hasta hoy en día, para el cine y la literatura, estos siguen siendo mis motivos preferidos.

Unos tres años atrás, desde la fecha en que escribo estas palabras, mi abuelita tomó un curso que ofrecí, intitulado “La construcción de la figura histórica del diablo”; en la última sesión, uno de los participantes me preguntó cuál era el origen de mi fascinación por los temas del inframundo y lo demoniaco, y aprovechando que mi abuelita estaba tomando dicho curso, narré – palabras más, palabras menos – las anécdotas que ahora les comparto. Qué mejor homenaje para ella el expresarles la forma en cómo, hasta el día de hoy, esa viejecilla echó a volar mi imaginación y sin la cual, seguramente, no podría dedicarme a mi escritura, la cual, buena o mala, forma parte imprescindible de lo que soy y he sido durante muchos años.

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El mejor disco de toda la historia: Bat Out Of Hell

Verano del 2005: mi hermano y yo estábamos de vacaciones y en uno de esos días de descanso veíamos VH1; como parte de la programación, salió una película biográfica sobre el que se aseguraba, era uno de los artistas de rock más grandes de todos los tiempos: Meat Loaf. Nos quedamos viendo todo el documental…

Te imaginé…

Imaginé que, en una tarde de verano, mientras veía la televisión y fumaba un cigarro, alguien tocaba a mi puerta, mientras oía la lluvia caer.   Imaginé cómo se formaba un rostro de incertidumbre y angustia en mi ser, e imaginé levantarme con zozobra y caminar para abrir. Imaginé ver tu rostro del otro lado…

Me amarás…

Me amarás… Me amarás desde siempre y para siempre, desde la noche en que nuestros labios se juntaron en un beso que sabía a clandestinidad. Me amarás con cada mensaje y con cada fotografía, con cada sonrisa y con cada lágrima extraviada en lo fugaz. Me amarás en ese motel de mala muerte, en el…

Crecimos viendo esto: As Told By Ginger

A principios del presente milenio, llegó una serie que cambió una buena cantidad de paradigmas y lugares comunes a la hora de pensar las animaciones dirigidas al público adolescente, ya que, tanto en la forma como en el contenido, se trató de una producción que retó en muchos sentidos, tanto a los directivos de Nickelodeon, como a la propia audiencia. As Told By Ginger, creada por la actriz y guionista norteamericana Emily Kapnek, transmitida desde el año 2000 hasta el 2006, fue la animación que giraba en torno a la vida de Ginger Foutley, una chica sensible y creativa a la que acompañamos en el periodo de su vida que va desde los 13 hasta los 16 años, aproximadamente. Ginger estará acompañada por toda una serie de otros personajes: su madre Lois, su hermano Carl, sus mejores amigas Macie y “Dodie”, y las antagonistas de la serie, Miranda y Courtney Gripling, por mencionar sólo algunos.

Hasta ahora, al lector le puede sonar esta serie como una de entre muchas; en este punto de la exposición, As Told By Ginger de hecho suena como una serie un tanto frívola hecha para adolescentes promedio que no aporta mucho frente a otras, pero, como se dice coloquialmente, “el diablo está en los detalles”. Ginger es una serie que, incluso cuando la veíamos de niños, sabíamos que no era una caricatura convencional. Alrededor de los sesenta capítulos con los que cuenta, temas como el duelo por la muerte de un ser querido, el divorcio, el comienzo de la sexualidad adolescente y lo que conlleva (la menstruación, por ejemplo), el pudor sobre el propio cuerpo y la fidelidad en las relaciones de amistad, son sólo muchos de los temas que se tratan en la serie. Recuerdo dos episodios en particular que en su momento me hicieron pensar bastante, y que ahora a la distancia entiendo el porqué: el primero de ellos tenía que ver con un poema que Ginger escribe, y que, a partir de éste, maestros, familia y compañeros comienzan a preocuparse por el estado anímico de la protagonista, todos con el miedo latente de que Ginger estuviera pensando en el suicidio. Por supuesto que la serie no utilizaba el término “suicidio” como tal, pero era muy obvio que ese era el tema de dicho capítulo. Otro episodio, que igual resaltaba por su tono gris y sobrio era aquel en que Ginger escribía una composición para ser recitada en público, en la que trataba la manera en cómo, la ausencia de su padre, la había afectado desde una infancia muy temprana.

As Told By Ginger tenía una estructura serial, lo que quiere decir que la animación iba avanzando y afectándose en su desarrollo capítulo tras capítulo, por lo que también podemos apreciar cómo es que los personajes se van desarrollando física y psicológicamente, lo que siempre sirvió para crear tramas complejas y profundas. La innovación en Ginger se ve en ciertos detalles, por ejemplo, en el hecho de que se trató de la primera serie animada que hizo que todos sus personajes (sólo con contadas excepciones), utilizaran un atuendo distinto por día, a diferencia de otros protagonistas de series animadas; como admite el propio Bart Simpson, quien ha usado la misma ropa durante varios años seguidos. Quizá no parezca la gran cosa, pero cuando uno atiende a este tipo de detalles, se nota el amor que su creadora y toda la producción pusieron ahí.

Pero Ginger no es sólo esta “telenovela para niños” – como la calificó ya en su momento un primo de mí misma edad – sino que también es una gran comedia animada. Los personajes de Carl y “Hoodsey” agregan ese carácter irreverente, por lo que además de varias reflexiones, la serie también ofrece momentos de hilaridad.

Fue hace unos días que reencontré esta serie en internet, y no quise dejar de escribir sobre ella. La he disfrutado mucho más ahora de adulto que lo que la disfrutaba en su momento, y creo que se debe a que Ginger es uno de esos productos que funcionan en muchos niveles, por lo que, sin lugar a dudas, se las recomiendo encarecidamente.

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The Midnight Gospel: una cura contra el dolor

Han pasado ya algunos años desde que, por motivos de la expansión del COVID-19 a nivel mundial y de forma acelerada, tuvimos que resguardarnos en nuestros hogares. Fue en ese entonces, y debido a dicha situación, que muchos de nosotros encontramos una buena manera de pasar el tiempo descubriendo series y películas en diversos medios…

Cinco películas que son tan malas que terminan siendo buenas

Todos hemos pronunciado esa frase que dice “de tan mala que es, terminó siendo buena”, refiriéndonos a esas cintas que son de tan pésima calidad – sea por su guion, su dirección o sus actuaciones – que no resultan aburridas o insoportables, sino que se volvieron parte de una tarde agradable en casa. Esas películas que nos han servido en una serie interminable de charlas de café para reírnos con aquellos que también han tenido la “oportunidad” de toparse con alguna de esas cintas. Hoy, rendiremos tributo a cinco de esos filmes que terminaron por captar nuestra atención por 90 minutos o más a pesar de ser todo un desastre. Sirva también esta lista a manera de recomendación para todos aquellos que no se han encontrado con alguna de estas “joyas” en su camino.

1.- Stealing Harvard: seguramente, todos aquellos que comparten, más o menos, mi fecha de nacimiento (1989) recordarán a Tom Green, aquel excéntrico que formó parte sustancial del MTV de los años 90’s. Como presentador de distintos eventos, y anfitrión de su propio programa (The Tom Green Show), el alocado personaje representó todo un ícono lleno de irreverencia que llevó el humor escatológico, sexual y corporal al siguiente nivel. Pues en el año del 2002, Green aparecería en la pantalla grande en la cinta titulada Stealing Harvard, comedia en la que junto con Leslie Mann y Jason Lee, nos adentramos en la difícil misión de, por una promesa hecha en la infancia, conseguir el dinero para que la sobrina del protagonista pueda asistir a la prestigiosa universidad que se menciona en el título de la cinta. Como se imaginarán, el filme no contiene ni el guion mas desarrollado, ni las actuaciones más profundas, pero para cualquiera que se olvide de la categoría de “lo artístico”, esta obra es merecedora de ser vista una y otra vez.

2.- La Santa Muerte: el humor involuntario muchas veces resulta ser más divertido que aquel que se hace con la finalidad explícita de hacer reír, y La Santa Muerte de Paco del Toro es un claro ejemplo de ello. Esta cinta del 2007, creada con un claro mensaje religioso, parece que se olvida del concepto de “cinematografía”, ya que desde el guion, las actuaciones, la fotografía y llegando hasta la dirección, todo en esta cinta, – ¡todo! -, está mal hecho; no existe algo que se haya hecho con calidad en esta cinta. Ojo: no digo que el mensaje de la película esté bien o mal, ya saben, cada quien con sus creencias, pero lo que sí es digno de ese humor involuntario del que hablamos es toda la producción de esta “película” [sic]. Por favor, dense la oportunidad de ver La Santa Muerte de Paco del Toro para que entiendan de qué les estoy hablando.

3.- El Cavernícola: nadie puede negar la enorme fama que alcanzaron The Beatles en el siglo pasado, siendo reconocida, por muchísimos críticos y por el público en general como la mejor banda de rock de la historia. Es común que, ante tales niveles de popularidad, la Industria Cultural busque sacar el mayor provecho de esos momentos, comercializando toda una serie de productos que van desde loncheras hasta cajas de cereales, pasando, por supuesto, por la industria cinematográfica. Todo este preámbulo es para introducirlos a la película de 1981 protagonizada por Ringo Starr, en la cual interpreta al cavernícola llamado Atouk. Los efectos especiales son terribles, las actuaciones son pésimas, el guion está mal escrito, e incluso la cinta se siente lenta y cansada, y, sin embargo, para todo fan respetable de Los Beatles, esta es una parada obligada. Aún si no son fanáticos del Cuarteto de Liverpool, El Cavernícola es una cinta que puede llegar a entretenerlos y hacer que se rían un rato.

4.- Cable Guy: la primera referencia que tengo de esta película es – como muchas otras cosas en mi vida – un episodio de Los Simpson, en el cual, la familia norteamericana entra a un restaurante tipo Planet Hollywood en el que varios objetos pertenecientes al mundo de la farándula son expuestos en las paredes. Lisa observa el “espantoso guion de Cable Guy”, y Homero termina destruyéndolo con furia debido a que “casi arruina la carrera de Jim Carrey”. Años después tuve la oportunidad de ver la cinta en cuestión, y déjenme les digo lo siguiente: si son puristas del cine, o si consideran que la cinematografía debe ser profunda y debe suscitar reflexiones o debates intelectuales, no se acerquen a Cable Guy. Por mi parte, es una de mis cintas favoritas, y más allá de esas consideraciones puristas a las que hago referencia, sólo hacer falta ver el casting de la obra para que se hagan una idea de la “obra maestra” de la que les hablo: Ben Stiller, Leslie Mann, Bob Odenkirk, Jack Black, Owen Wilson, Matthew Broderick y, por supuesto, Jim Carrey. Más allá del súper elenco que la cinta contiene, Cable Guy no es un humor para todos, por lo que la cinta se resume en una de esas obras que se aman, o se odian.

5.- Hostel III: a muchas personas no les agradó la primera parte de esta saga producida por Quentin Tarantino y dirigida por Eli Roth; la segunda entrega fue todavía más criticada, y llegando a esta última parte, tanto la crítica como el público estuvieron de acuerdo en que se trataba de una porquería. Hay que decir que para esta tercera entrega ni Tarantino ni Roth participaron en la cinta, y eso explica el por qué de la bajísima calidad del filme, sin embargo, a pesar de lo mala que es, Hostel III es una película que puede sacarnos varias carcajadas. Si usted es fan de ver algunas tripas, sangre y escenas sexuales mezcladas con algo de violencia, quizá Hostel III sea una buena opción para una tarde de domingo.

Y así llegamos al final de esta infame lista. ¿Conocían alguna de estas cintas? ¿Estarían de acuerdo en que son tan malas que terminan siendo buenas? ¿Qué otras películas incluirían ustedes en esta lista? Déjenme sus comentarios para poder seguir ampliando la selección de estas terribles (quizá no tan terribles) obras cinematográficas.

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Un breve relato sobre la línea 12 del metro

No son pocas las ocasiones en que, sin darnos cuenta, estamos viviendo épocas de nuestra vida que, más adelante, serán recordadas con nostalgia. Lo que quiero narrarles en esta ocasión tuvo lugar entre los años 2018 y 2019.

Se me ofreció la oportunidad de dar clases de arte en la Universidad del Claustro de Sor Juana, cosa que acepté de inmediato, ya que necesitaba ese trabajo después de encontrarme por más de 3 años sin haber recibido ninguna oferta laboral – me había quedado sin trabajo desde que renuncié para terminar mi licenciatura en Historia, proyecto que se vio truncado por la muerte de mi hermano, así que me encontraba en una especie de “limbo” –. El problema con la propuesta laboral consistía en que, para esos momentos de mi vida y de mi formación académica, nunca me había dedicado al terreno del arte ni de la estética filosófica, pero como dije, no podía dejar de pasar esa inesperada oportunidad.

Para poder dar clases de calidad y establecer buenas relaciones, tanto con mis alumnos como con las autoridades del Colegio de Arte y Cultura, decidí que la mejor opción era aplicar para la Especialidad en Historia del Arte, ofertada por el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, y poco después de presentar mi solicitud, fui aceptado.

En aquellos momentos de mi vida me encontraba en una relación sentimental turbulenta; mis finanzas personales tampoco eran del todo buenas; vivía demasiado lejos, tanto de mi trabajo como de la Unidad de Posgrado en donde las clases de la especialidad tenían lugar, y en general, creo que mi vida estaba hecha un caos emocional. Tomar clases no era cosa sencilla: me encontraba agobiado por el trabajo, por el dinero y por las continuas peleas con mi pareja. Me costaba mucho poner atención, y casi siempre estaba acompañado por un sentimiento de cansancio y tristeza. Supongo que, por las mismas razones, nunca estuve en condiciones de establecer ninguna relación de amistad con los compañeros: me sentía extraño y alejado de todos ellos, como si yo formara parte de otro planeta, cosa que sólo hacía que se acrecentara el sentimiento de soledad y alienación.

Mi rutina diaria estaba marcada por la prisa: debía despertarme alrededor de las 4:30 am para estar en el Claustro a las 7 am; daba clases de 7 am hasta la 1 pm; desde el Claustro, debía correr a Metrobús Chilpancingo para tomar mi sesión de psicoanálisis; tomaba esa misma línea del Metrobús y llegaba hasta Ciudad Universitaria; si la cosa iba bien, me daba tiempo de calificar algunas tareas o exámenes y comer una bolsa de frituras o algún otro alimento chatarra; asistía a los cursos de la especialidad, y más o menos, alrededor de las 9 pm, tomaba de nueva cuenta el Metrobús para poder llegar a mi hogar, cosa que pasaba como a las 11:30 pm; (los viernes y los sábados tenía que agregar los horarios de la maestría en psicoanálisis que cursaba también ya en ese entonces). Llegaba a mi departamento, intentaba cenar algo, preparaba las clases del siguiente día, y la exasperante rutina se repetía. En promedio estaba durmiendo alrededor de 5 horas, y en raras ocasiones comía de manera saludable más allá de algún refrigerio.

La ruta, tanto de ida como de regreso a mi hogar, estaba atravesada por la línea 12 del metro (aquella que ha estado marcada por la desgracia y los siniestros en los últimos años). Por las mañanas, observaba desde el andén la iglesia de San Andrés Apóstol, en la estación donde mi recorrido comenzaba (San Andrés Tomatlán), y en mí se despertaba un sentimiento propio de la experiencia religiosa, algo así como esa voz que Wittgenstein escuchó diciéndole: “nada puede hacerte daño”. Deseaba con fervor que unas palabras de ese tipo me fueran recitadas…

Por las noches, después de haber cruzados mares inacabables de gente, llegaba desde Ciudad Universitaria hasta metro Zapata, y de ahí podía transbordar a la línea 12. La parte subterránea del recorrido me era completamente indiferente, pero una vez que los vagones se elevaban sobre las inclementes columnas de hormigón, yo podía observar las luces de la ciudad y adentrarme en toda una serie de fantasías: ¿quiénes son todas estas personas? ¿cómo la estarán pasando en la vida? ¿algunos de todos estos seres humanos se sentirán como yo me siento? ¿qué harán todas estas personas cuando llegan a sus hogares noche tras noche? Yo recargaba mi cabeza contra las ventanas del vagón y me quedaba ahí pensando en todas estas cosas.

Al bajar, compraba un cigarro, y desde ahí comenzaría la siguiente parte de mi recorrido. Pasaba por toda una serie de terrenos baldíos y unidades habitacionales; después vendría un parque que me indicaba que estaba a punto de llegar; subía las escaleras de mi edificio, en completa oscuridad, hasta que llegaba a mi departamento; utilizaba mis llaves para abrir, prendía la luz, entraba y cerraba la puerta a mis espaldas. A veces me daban ganas de llorar – hasta la fecha no entiendo bien el por qué – y en otras ocasiones sólo repetía los movimientos cenar-trabajar-dormir intentando no pensar demasiado.

Hace poco, no sé por qué, recordé todos esos paseos nocturnos; recordé cómo era hastiarme de la gente y cómo era tenerle miedo al paso de los minutos que se consumían de manera voraz desde que salía de CU hasta llegar a mi departamento. Pero, sobre todo, recordé esos episodios en los que, por las noches, observaba las luces de la ciudad desde las alturas de la línea 12 del metro, y cómo llegaban a mí todas esas fantasías e interrogantes. Podría parecer extraño, pero recordé esa sensación, y algo que en su momento fue tan tedioso, ahora volvía a mí con un dejo de añoranza, al punto en que deseé repetir esa ruta en algún momento. Ahora ya no vivo en ese departamento, ni estoy con esa pareja que relato, ni estudio la especialidad o la maestría; talvez, lo que se ha producido en mí a la hora de recordar ese trayecto sea la conciencia de lo rápido que pasa el tiempo y de cómo todo cambia de manera irreparable, aunque no nos demos cuenta.

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Crecimos viendo esto: Ren y Stimpy

Recuerdo que hace unos años, uno de mis sobrinos me preguntaba por las animaciones que a mí me tocó ver a su edad, es decir, aproximadamente a los siete u ocho años; más allá del anime como Dragon Ball, Sailor Moon o Caballeros del Zodiaco, entre otras series que yo veía en esa época, vino a mi mente El show de Ren y Stimpy. Busqué en YouTube algún capítulo de dicha serie y le mostré el primero que apareció. No habían pasado ni cinco minutos cuando él me preguntó sorprendido si ese era el tipo de caricaturas que los niños de mi edad vimos en su momento, y no podía creer que algo así como lo que él estaba visualizando pudiera haber sido creado para un público infantil. Esto no fue ninguna revelación para mí, ya que, desde que yo veía el programa, la controversia había tocado de manera recurrente al show de Ren y Stimpy.

Como dije, yo tenía alrededor de siete años cuando mi mamá pasaba por mí y mi hermano a la primaria; llegábamos a comer, y mientras comíamos veíamos en televisión abierta a Ren y Stimpy. Más allá de que a mi madre ciertas escenas le causaran asco o incomodidad, recuerdo que ella se reía junto a mí y Fernando, y esta rutina que comento se prolongó durante bastante tiempo, no recuerdo cuánto, pero así pasaron los años. Posteriormente el show fue cancelado, y muchos años después, ya siendo adolescentes, mi hermano y yo nos dimos a la tarea de buscar la serie ahora en formato DVD. Menciono esto por dos cosas: más allá de la controversia que acompañó al programa, mi madre nos dejaba ver a Ren y Stimpy, tanto así que se convirtió en uno de los recuerdos más importantes de nuestra infancia al punto de buscarla más adelante.

Pero, ¿de qué va El show de Ren y Stimpy? La caricatura, creada en 1991 por John Kricfalusi nos presenta a Ren Höek, un chihuahua neurótico y por momentos perverso que vive acompañado de Stimpson J. Gato, un felino que a diferencia de Ren es dulce e ingenuo y su visión de la vida es bastante inocente y cándida. La serie no tenía ningún tipo de linealidad; lo que veíamos era a estos dos personajes en varias situaciones inverosímiles y disparatadas. Me sería imposible hablar de todos los eventos que acontecieron en la serie, lo que sí puedo hacer es traer aquí algunos de los episodios que desde aquella lejana infancia sigo manteniendo en mi mente: el episodio sobre el Hada de los Dientes, una versión “poco común” – por decir lo menos – del personaje de fantasía; cuando Ren se vuelve una gran estrella del cine de Hollywood; el episodio de Olorín (que no era otra cosa que una flatulencia de Stimpy, quien se convierte en su mejor amigo), o cuando Stimpy se vuelve el enfermero de Ren. Mención honorífica al episodio donde Ren se vuelve productor de un cortometraje animado titulado “Me gusta el rosa”, protagonizado por Explody. Hasta la fecha, río a carcajadas (¡se los juro!) cada que lo veo en YouTube. Considero a ese episodio y al cortometraje en cuestión una obra de arte de la comedia de lo absurdo. Son fragmentos como estos los que nos dejan valorar, hasta hoy en día, el hecho de que Ren y Stimpy nunca fue una caricatura para niños, sino un ejercicio de animación de finales del siglo XX que coqueteaba ya con temas y tonos surreales que definirían la animación para adultos todo lo que se haría posteriormente.

Además, encontramos a toda otra serie de personajes igual de perturbadores que el propio Ren y Stimpy, por ejemplo, el Señor Caballo, el Hombre Tostadas en Polvo, el Capitán Fangoso, Kowalski y Sammy Mantis Jr.

Ren y Stimpy también contenía una buena cantidad de sátira a la sociedad del espectáculo: desde aquella que iba dirigida a la industria cinematográfica, como a todo el marketing enfocado al posicionamiento de productos para niños. Sobre esto último, y si ustedes vieron la serie en su momento o posteriormente, recordarán los anuncios dentro de la transmisión del programa de “Tronco” y “Sebo” o la famosa «Arena Pulcrogato».

Le debemos mucho, muchísimo a Ren y Stimpy: gracias a esta serie muchos nos familiarizamos desde edades muy tempranas con el jazz, el blues y la música clásica, y por supuesto, lo más importante, Ren y Stimpy fue la serie que le abrió las puertas a toda una nueva generación de animación: nunca hubieran existido Los Simpson, Los Reyes de la Colina, South Park, La Vaca y el Pollito y Beavis and Butt-head sin Ren y Stimpy; no lo digo yo, lo dicen sus propios creadores, Matt Groening, Trey Parker y Matt Stone, David Feiss y Mike Judge.

Ren y Stimpy es y será, por su propio mérito y por la influencia que tuvo en toda la animación de lo siglos XX y XXI, una pieza fundamental de la historia de la animación.

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