Jealous Guy

Tenía quince años, y hacía poco que acababa de comenzar mi primera relación de noviazgo. Ella era una conocida por parte de la familia de mi cuñada, y siendo que éramos tan jóvenes, sólo nos veíamos en reuniones familiares en las que coincidíamos. Ya saben, le estoy hablando de uno de esos “primeros amores”, como decimos aquí en México, una cosa “de manita sudada”.

Como dije, sólo nos veíamos muy de vez en cuando en algunas situaciones familiares, pero a inicios de ese verano, ella me habló y me dijo que se estaría quedando con su abuelita, y que, dado que iniciaban vacaciones, quizá podía visitarla más a menudo. Recuerdo incluso tener una charla con mi papá, de una seriedad tremenda, sólo para pedirle permiso y poder salir a verla ahora que se encontraría más cerca de la ciudad, ya que ella vivía en Tlalnepantla, y para un Rodrigo de quince años era inimaginable moverse hasta allá (incluso hasta la fecha sigue siendo así). Él iba manejando, y después de guardar silencio – un silencio que me pareció durar horas – me dijo que no le gustaba la idea, pero que yo tenía su permiso. A partir de ese momento, yo comencé a ir para sus rumbos: caminaba hasta el CENART, cruzaba el Río Churubusco, y tomaba mi pesera, la cual me dejaba en Mixcoac y de ahí caminaba para la Unidad de Plateros, donde su abuelita tenía un departamento. Recuerdo que en una de las muchas tardes que pasamos en ese departamento, compramos “pirata” El efecto mariposa, y esa fue una de las primeras películas que me dejaron pensando durante días. De esa forma, y sin que me diera cuenta, pasó todo ese verano.  

En mi trayecto, todavía con un discman enorme, color negro, metido en mi mochila, yo escuchaba discos para distraerme en el camino. Por ese entonces, descubrí el Imagine de John Lennon, y la canción que más me hace recordar esos días era Jealous Guy. Ahora, cada que escucho esa pieza musical, llegan de inmediato a mi memoria esos días que me parecen muy lejanos, y recuerdo con ese dejo de nostalgia toda mi ruta escuchando esa música. Los atardeceres de ese verano, el clima tan agradable que hacía, y cómo toda la Ciudad de México se me mostraba como un lugar listo para ser explorado. La frescura de esa juventud no podía ni imaginarse todas las cosas vendrían después. Para ese entonces, mi mayor preocupación era conseguir cincuenta pesos para invitar a esa que fue mi primera novia al cine. La vida era buena y el mundo era un lugar mucho más sencillo que ahora…

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¿Cuántas lunas habré observado antes de dormir? ¿Cuántas de ellas me habrán bañado con sus rayos repletos de melancolía y tristeza? ¿Cuántas veces habré deseado desvanecerme en esos parajes nocturnos? ¿Cuántas lunas habrán sido testigos silenciosos de mi angustia y soledad? ¿Cuántas lunas habré observado antes de dormir, deseando no ver ni una sola más?