No podía creer lo lentos e iguales que pasaban todos los días. Se trataba de una rutina interminable en la que nada nuevo acontecía. ¿Cuánto tiempo más me faltaba por vivir así? ¿cinco, diez, veinte años? Mi vida era una tortura inacabable que no sabía por cuánto más podría sostener.
Una noche, decidí ir a buscar una prostituta; no tenía amigos, ni familia, por lo que no existía una sola alma en el mundo con quien pudiera charlar. Al llegar con ella, inmediatamente preguntó:
– ¿Qué es lo que vas a querer?
– Quiero platicar contigo
– Suelen ser bichos raros los tipos como tú que contestan esas cosas
– Acertaste, nena
Supongo que, después de todo, las arrugas en mi rostro, mis ojeras, mi cabello canoso y maltratado y el fuerte hedor a cigarro y sudor que despedía no fueron suficientes para asustarla, por lo que, encogiéndose de hombros, comenzó a caminar a mi lado.
Llegamos a una cantina de muy mala muerte; el olor a orines de los baños se podía respirar en la mesa en la que estábamos. Me senté, pedimos un par de tragos, y encendí un cigarrillo sin decir nada.
– Para querer platicar, no eres alguien muy bueno conversando – dijo ella casi burlándose de mí. Y tenía razón, la última vez que había hablado con una mujer había sido unos años atrás con mi exesposa, quien ahora vive en California y tiene dos hijos. Aun con lo que ella me dijo, no solté ni una sola palabra. Ella comenzó a fumar también, y me preguntó si tenía esposa, o a qué me dedicaba, pero yo, de nueva cuenta, no dije nada. Comenzaron a llegar los tragos y los fuimos consumiendo velozmente sin siquiera mirarnos los rostros. Después de sesenta minutos, me dijo que mi tiempo se había acabado:
– Lo siento, guapo, me voy, tengo que levantarme temprano – y una vez dicho eso, se fue.
En esos momentos la envidié con todo mi corazón y con todas mis fuerzas, debido al hecho de que ella tenía una razón, sea cual sea, para levantarse a la mañana siguiente; para mí, sólo existían los tragos y los cigarros que aun continuaban sobre la mesa, y después de eso, todo volvería a ser exactamente igual que el día anterior.
Otros temas que te pueden interesar…
Tokio 1980
Era el último día de mi residencia en Tokio. Después de dos años de estudiar en Japón, debía de regresar a la Ciudad de México en unas horas más. Ella y yo estábamos en medio de Shibuya, y el atardecer nipón era poco a poco desplazado por la noche. Los colores púrpuras y carmesí en…
Mis amados muertos
Caminé por el Panteón Español; eran aproximadamente las 11 de la mañana. El sol matutino pegaba de una manera agradable, y la brisa del viento estaba acompañada de un sentimiento de tranquilidad y nostalgia. Se escuchaban los sonidos de la naturaleza que bordeaban las tumbas y los monumentos funerarios de todo ese espacio; casi parecía…
Exequias
Hace un par de meses murió mi abuelita, María Leonor Rodríguez, y la siguiente entrada es para hablarles de uno de los primeros recuerdos de toda mi infancia en el que ella fue la actriz principal de esa memoria. Mi abuelita, originaría de la Ciudad de México, específicamente del Barrio de San Pedro en Iztacalco…