Dejen les cuento algo: los hombres cuando nos reunimos a beber hablamos de nuestros sentimientos, nos consolamos entre nosotros cuando las cosas se ven difíciles de sortear (lo que es casi siempre), lloramos y nos ofrecemos mutuamente el hombro para continuar llorando, escuchamos las penurias de los otros mientras las cajetillas de cigarro y las botellas de vino se van extinguiendo. Se hablan tantas cosas tan falsas e injustas de la masculinidad hoy en día, pero por lo menos para mí, durante toda mi vida, beber con los camaradas ha sido así.
Hace ya muchos años, Emilio, colega filósofo y una de las personas que más me enseñó sobre la vida, ofrecía su departamento cada viernes, después de las clases en la universidad, para ir a beber alcohol y platicar mientras se escuchaba música. En cuanto abríamos la primera botella de ron, acompañados por ese retrato de Hegel colgado en las paredes y que terminaba por observarnos durante toda nuestra estadía en ese viejo departamento en la colonia Balbuena, la música comenzaba a sonar y no paraba hasta la madrugada del siguiente día.
Una noche, los dos con el corazón destrozado a causa de las mujeres, Emilio puso un disco de tangos que tenía en su colección, y todas esas canciones que hablaban sobre la muerte y el desamor, sobre el duelo y la melancolía, inundaron nuestros oídos una tras otra. Repentinamente, Emilio se levantó de su asiento, caminó hacia mí y me estiró la mano invitándome a acompañarlo en esa pieza. Yo le dije que no sabía bailar tango, y entonces se ofreció a enseñarme. Tomé su mano, y profundamente borrachos como nos encontrábamos, comenzó a dirigirme dándome las instrucciones pertinentes de cómo moverme al compás de esas melodías arrabaleras. Sólo estábamos él y yo en esa pequeñísima estancia, y mientras los tangos sonaban, él y yo, abrazados, bailamos durante varios minutos. ¡Te acordás hermano, qué tiempos aquellos! Los muchachos de antes no usaban gomina, eran otros hombres, más hombres los nuestros. ¿Dónde están los muchachos de entonces?
Al día que escribo estas líneas no he vuelto a bailar tango con nadie más, y esa noche todavía resuena en mi mente como uno de los recuerdos más preciosos que tengo, hombre con hombre, uno frente al otro, y cuando pienso en ese baile lo primero que viene a mi mente es un grito furioso que dice: ¡el tango es macho, el tango es fuerte, tiene olor a vida, tiene gusto a muerte!
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