Una cerveza y un mezcal

Llegué a la misma cantina de siempre y pedí la promoción usual: una cerveza y un mezcal.

Mientras esperaba, un joven mesero no dejaba de verme, como si estuviera intentando encontrar algo en mi persona. Yo, con los ojos clavados en mi sucia mesa continúe esperando. De pronto, llegó el mesero de mirada intrigante y me extendió mi pedido. Al dármelo, me observó de nueva cuenta, y mientras ponía mis bebidas a mi servicio, me sonrió de manera peculiar y preguntó: “usted siempre ha venido por acá, ¿verdad? ¿No era usted quien solía estar con una muchacha muy guapa, joven, muy muy bonita? Sí es usted, ¿verdad?”

Y así, sin saberlo, ese impertinente mozo abrió una profunda herida que, según yo, había cerrado hace mucho tiempo.

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